El mito que la emisión genera inflación

Los bancos comerciales son los verdaderos creadores de dinero a través del crédito

La complejidad de los sistemas monetarios y financieros de las economías capitalistas modernas dan cuenta que la relación causal directa entre emisión monetaria e inflación está, en la práctica, lejos de comprobarse como verdad revelada. 

Desde una visión heterodoxa se piensa que la cantidad de dinero está definida en forma endógena.. Imagen: Alejandro Leiva

La sociedad está viviendo tiempos de zozobra y en los próximos meses se verá de modo más palpable. A pesar de todos y cada uno de los esfuerzos que el Gobierno está haciendo a través de diversas políticas activas, los datos estadísticos empezarán a dar cuenta del daño. 

Es innegable que la eficacia relativa de dichas políticas tiene estricto vínculo con la inesperada crisis global provocada por la pandemia de la Covid-19 y, en el ámbito nacional, no se debe dejar de mencionar que dicha crisis se posó sobre una sociedad golpeada por cuatro años de destructivo neoliberalismo.

Los gobiernos de los distintos países han implementado planes de sostenimiento de la demanda, protección del empleo y reactivación económica valiéndose de regulaciones y aumento del gasto público financiado, por lo general, con emisión monetaria.

Dada la magnitud de la crisis y la evidencia sobre la necesaria centralidad de los estados para mitigar sus efectos, resulta difícil encontrar en la actualidad voces (incluso entre los apologetas neoliberales) que cuestionen tal intervención de forma directa. El lugar que han encontrado para seguir disputando sentido y difundir su visión de la sociedad es sobre el efecto que tal emisión monetaria tendría sobre los precios de la economía afirmando, con una certeza envidiada por físicos y matemáticos, que inevitablemente la emisión generará mayor inflación y, hasta alguno de ellos, mencionan (con alguna expectativa mediática de por medio) la posibilidad de una hiperinflación.

Pero lejos de las certezas e intereses neoliberales, la complejidad de los sistemas monetarios y financieros de las economías capitalistas modernas dan cuenta que tal relación causal directa entre emisión monetaria e inflación está, en la práctica, lejos de comprobarse como verdad revelada

La defensa a ultranza de esta afirmación se basa más en la intencionalidad política de cercenar a los gobiernos, en especial los de los países periféricos, de la posibilidad de financiar sus políticas activas y de intervención, más que de la aplicación de una ley universal para todo tiempo y lugar, como si en las ciencias sociales existiesen tales leyes.

Es importante recordar que un aumento de la cantidad de dinero en una economía no necesariamente tendrá su correlato en el aumento de los precios, como pregonan con fuerza de fe la visión neoliberal ni, desde ya, su contrario causal, una disminución de la emisión necesariamente forzará a una caída de los mismos, como se pudo, tristemente, comprobar en los dos últimos años del gobierno macrista.

La visión neoliberal, aún con ciertas divergencias dentro las corrientes que la componen, soluciona el tema apelando al largo plazo, anunciando proféticamente que los efectos que no pueden verse en el corto plazo, serán visibles más adelante. 

Algo similar se difundía sobre los perjuicios de la intervención estatal durante la crisis del '29 diciendo que si se dejaba que actúen “las fuerzas del mercado” toda economía encontrará su equilibrio en el largo plazo. Keynes, el gran economista británico cuya teoría vería la luz en el marco de dicha crisis, complementaba irónicamente la afirmación diciendo que, si se deja actuar sólo al mercado el largo plazo traerá tranquilidad, pero será la paz de los cementerios porque todos estarán muertos

Aun sosteniendo las lógicas de la teoría cuantitativa del dinero, pero discutiendo algunos de sus supuestos, no resulta difícil ver que: 

1.  No todo el dinero es utilizado para transacciones (demandar bienes), sino que también puede ser una activo y, por lo tanto, no generar presiones inflacionarias directas.

2.  No es lo mismo la demanda bienes de consumo que bienes de inversión y, derivado de esto último, que ante un aumento de la demanda puede responderse con aumento de precios, con mayor producción o con ambos, dependiendo del contexto y las expectativas.

Por fuera de estas lógicas, desde una visión heterodoxa se piensa que la cantidad de dinero está definida en forma endógena (dentro del mercado capitalista a partir de la demanda de crédito para financiar gasto) y no está bajo el control exclusivo de las bancas centrales (de modo exógeno). 

Bajo esta mirada los bancos comerciales son los verdaderos creadores de dinero a través del crédito (incluso sin la mediación necesaria de los depósitos) gracias a la confianza que sobre ellos recae. De tal mirada se desprende un poder limitado de las bancas centrales para controlar la cantidad de dinero, un vínculo estrecho y no neutral entre la cantidad de dinero y producción y la importancia de un sistema financiero con una banca pública robusta que imponga una lógica distinta que la rentabilidad empresaria a la creación del dinero mediante el crédito.

Más allá de esta exposición de dichas visiones, que intenta mostrar la provisionalidad de aquellas que quieren imponerse como pensamiento único definiendo “los límites” de las políticas públicas acorde a los intereses que representan, resta una discusión que antecede a todas, las desnaturaliza y les da contexto histórico.

La humanidad necesita bienes para sostener la vida. Pero el precio de los bienes no es una característica esencial de los mismos sino un agregado y, por lo tanto, puede no existir. Para ser claros, pueden existir bienes que no tengan precio. No confundir el precio con el costo que es el esfuerzo por producirlos. 

A lo largo de la historia, las sociedades vienen decidiendo, la mayoría de las veces de forma no pacífica, lo que incluyen en lo que denominamos “mercado”. Es decir, qué es lo que se puede comprar y vender y, por lo tanto, qué tiene precio y qué no. Hoy vemos con asombro que, no hace muchos años (en términos históricos), vidas humanas o el trabajo infantil estaban dentro del mercado y tenían un precio.

En los tiempos actuales, la provisión de servicios públicos, la soberanía alimentaria, la vivienda también pueden (y deben) incluirse en el debate social sobre qué deseamos como sociedad, como comunidad, que sea parte del mercado y, por lo tanto que tenga precio, y que no.

La cercanía del árbol no debe hacer olvidar que siempre forma parte del bosque.

* Carlos Andujar es docente ISFD Nº41. UNLZ FCS (CEMU).

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